Nociones básicas sobre la Hélade
Joven amo, soy Casiodoro, el tutor encargado por tu ilustre padre para enseñarte todo lo que debes saber sobre la vida, la tierra en la que vives y la gente que en ella habita. Comencemos por el principio: los inmortales.
Dioses Olímpicos: dueños y señores del universo
Aunque los estados que conforman la Hélade son gobernados por simples hombres, los destinos de todas las personas y criaturas que habitan en ellos están marcados por la caprichosa voluntad de los dioses Olímpicos. Zeus y los suyos dominan por derecho propio el universo y todas las fuerzas que se encuentran en él. Existen otras criaturas de índole sobrenatural en el mundo. Para empezar, están los dioses Arcanos, los cuales reinaban en el universo antes de que existieran incluso los dioses Olímpicos. Algunos de ellos tienen una buena relación con el Olimpo como Pan (dios de los sátiros) o Hécate (diosa de la hechicería), y otros siguen preparando un golpe de estado para recuperar lo que antiguamente les perteneció (Cronos, Tifón, la mayoría de los Titanes…).
También existen los dioses menores: suelen ser los hijos de los Olímpicos con otros dioses. Acostumbran a estar al servicio de un dios Olímpico, y la mayoría ejercen tareas afines a las de su dios patrón, aunque no durante todo el tiempo. Algunas de ellas son las Ninfas, las Oceánidas o las Musas. Un inciso: los dioses son inmortales y viven eternamente, o al menos, esa es la teoría. Se ha hablado mucho de la muerte de Cronos a manos de su hijo Zeus, pero en otras leyendas se explica cómo Cronos está eternamente encarcelado en el Tártaro junto con el resto de sus hermanos que lucharon en las Guerras Titán. No obstante, otros tantos textos reconocen que los dioses temen a la muerte y en varios se menciona que algunos dioses han muerto a manos de otros y ahora viven en su interior (como la diosa Métis, que da sabios consejos a Zeus desde su vientre; o la diosa Palas, que garantiza la victoria a Atenea en todos sus combates, desde que la matara por accidente durante un juego en su juventud). Digamos que, la inmortalidad de los dioses significa que nunca dejarán de existir de una forma u otra.
Otras criaturas parte inmortales están a medio camino entre los humanos y los dioses, como los Hombres de Oro, los daimon o los animales-criatura que pueblan los mares y bosques de la Hélade. A este escalafón les siguen los héroes: más humanos que sobrenaturales, son fruto de las relaciones pasionales entre hombres y mujeres normales con dioses. Aunque mortales, los héroes tienen parte de la esencia divina de sus padres, lo que los hace poseer algunas habilidades o dones sobrehumanos. En casos excepcionales, un héroe puede convertirse en un dios (como es el conocido caso de Heracles). Por último, están los humanos normales que no tienen ni rastro de sangre divina por sus venas. No olvidemos que, de alguna forma y al igual que los dioses, todos los héroes y humanos también viven eternamente, ya que tras su vida mortal se convierten en espectros o van a parar al Inframundo, en donde son juzgados por el dios Hades, el cual decidirá si pasarán la inmortalidad en los placenteros Campos Elíseos, en el horrible Tártaro, o en los neutrales Prados Asfódelos.
El áureo: la esencia divina del universo
Los dioses, los Titanes, las criaturas de los mitos, los daimon, los Hombres de Oro, los héroes… tienen algo en común: El áureo: la esencia divina del universo cuyos hilos de oro invisibles tejen la realidad y otorgan belleza y poder a todo aquellos que ha sido tocado por la divinidad. Cuanto más áureo se tiene, más cerca se está de la inmortalidad y más poder sobrenatural se posee. Esta energía mística es la responsable de que los héroes tengan algunos aspectos similares a los de los dioses, y que en ocasiones puntuales puedan brillar como una estrella y realizar proezas sobrehumanas. También existen lugares impregnados por el áureo (como los templos consagrados a los dioses), u objetos (como los que fabrica el dios Hefesto), los cuales adquieren propiedades extraordinarias, y en algunas ocasiones, otorgan Habilidades sobrenaturales a sus habitantes o portadores.
Héroes: los protagonistas del destino del mundo
En la antigüedad, los dioses libraban sus propias batallas, lo que les hizo ganar mucha experiencia y sabiduría, pero también les ocasionó muchos problemas y muchas enemistades, sin contar que en ocasiones llegaron a verse en serios apuros. Por ello, en este periodo del mundo, los dioses prefieren que sean los héroes los que libren sus batallas por ellos, llegando a interferir personalmente en ocasiones puntuales. Ya sea por seguridad o por comodidad, ya que utilizar héroes en los tejemanejes políticos que se llevan entre manos los dioses resulta muy discreto, los inmortales se valen de sus hijos, descendientes cercanos y campeones para llevar a cabo sus deseos, lo que les permite eludir confrontaciones directas con otros dioses.
Sacerdocio: los representantes de los dioses en la tierra
Más allá de los héroes, los dioses tienen representantes oficiales en la Hélade: los sacerdotes y sacerdotisas. La gran mayoría de ellos pertenecen a las Grupos Sociales predominantes, y en casi todos los estados representan un contrapoder político a los dirigentes de las naciones, incluso a los propios reyes, hasta el punto de que, en Esparta, el Estado más belicoso de todos, el rey consulta al Oráculo antes de ir a la guerra. Cada sacerdote está consagrado a un solo dios, y son los encargados de mediar entre los mortales y los inmortales. Los estereotipos y formas de vida de cada sacerdote depende del dios al que sirva, y más allá de oficiar rituales, algunos tienen funciones sociales marcadas, tales como algunos sacerdotes de Apolo, que ejercen como médicos; las sacerdotisas de Afrodita, que ofrecen servicios relacionados con la sexualidad; los sacerdotes de Hades, que ofician los entierros para que los muertos puedan descansar en paz; o los heraldos sacerdotes de Hermes, cuyo trabajo es mediar en los conflictos que se originan entre dos o más Estados de la Hélade. Ni que decir cabe que los sacerdotes y las sacerdotisas son bien venidos en casi todas partes: todos los mortales, incluso los reyes, temen la ira de los dioses. Esto no significa que los sacerdotes tengan inmunidad para cometer delitos, ni para imponer su voluntad a donde quiera que vayan.
Rezos: cómo los dioses favorecen a sus seguidores
Los mortales que somos fieles a los designios de los dioses somos recompensados con la posibilidad de rezarles. Desde el guerrero que combate a muerte en la batalla, al humilde pastor que intenta no extraviar a sus animales, todos los mortales rezan a los dioses a diario. Cuando los dioses escuchan nuestros rezos y deciden concedernos sus favores podemos hacer cosas increíbles como adquirir conocimientos de forma instantánea, mejorar nuestras habilidades o ser dotados con características sobrehumanas. Pero debes saber que los dioses no conceden sus favores de forma desinteresada. A cambio, nos piden que les rindamos culto en sus días festivos, les hagamos sacrificios cuando corresponda, y en el día a día, hagamos lo que ellos piensan que es correcto y evitemos hacer lo que consideran equivocado. El gran problema de la humanidad es que lo que algunos dioses estiman como una conducta debida, para otros es una aberración e intentar tener contentos a los olímpicos es la difícil misión de todos los hombres y mujeres y, especialmente, de los héroes y las heroínas. Pobre de aquellos insensatos que enfaden tanto a un dios como para conocer su ira.
Castas: el sistema de grupos sociales que rige la Hélade
la Hélade se rige por el sistema de castas o grupos sociales. Principalmente hay tres: los nobles, los metecos y los esclavos. Mientras que los nobles poseen la tierra y dirigen la sociedad, dedicando su tiempo libre a la política, la filosofía, la guerra, el arte o el hedonismo, los esclavos son sus sirvientes y según las leyes les pertenecen como si fueran objetos. Entre estas dos grupos sociales contrapuestas, se encuentran los metecos, que carecen de muchos derechos, pero pueden gozar de su libertad. Suelen ejercerla como comerciantes, marineros, viajeros, mercenarios o artesanos, entre otras profesiones.
La pirámide de grupos sociales está muy marcada desde el momento del nacimiento de cualquier persona (sin importar que sean hijos de dioses o no), y es difícil (pero no imposible) subir o bajar de escalafón. Estas desigualdades sociales determinadas por la alcurnia de los padres mortales quedan patentes en las leyes, las cuales reflejan distintas penas para los mismos delitos dependiendo del grupo social a la que se pertenezca y del grupo social contra la que se cometa el delito. Esto es obvio desde el momento en el que, el algunos Estados, si un noble mata a un esclavo tiene que pagar una multa a su dueño, mientras que si un esclavo ofende a un noble lo puede pagar con su vida. Por lo general, a menos que se sea muy estúpido o insensato, todas las personas respetan a aquellos que pertenecen a castas superiores.
Política: estados, ligas y polis.
la Hélade está dividida en distintas ciudades-estado llamadas polis. Cada una de estas polis es autónoma de los otras, con sus propias leyes y dirigentes, ya sean reyes, senescales, asambleas de ciudadanos, cábalas de sacerdotes o tiranos. Las ciudades suelen tener control sobre una provincia formada por las tierras que la rodean (campos de cultivo, aldeas, minas, montañas, bosques…). Estos estados van a la guerra entre sí o realizan alianzas para luchar contra enemigos comunes. También existen acuerdos comerciales, alianzas o tratados de compensación por guerras.
Por lo general las provincias se agrupan en regiones. En cada una de estas regiones la polis más importante ejerce de capital, aunque esto no implica necesariamente que el resto de las ciudades de la región la obedezcan o estén supeditadas a ellas. Las relaciones de subordinación entre estados se dan en el contexto de las ligas. Las ligas son asociaciones de ciudades-estado mediante las cuales un grupo de polis se someten ante otra más poderosa, conocida como ‘polis madre’. Ésta recauda tributos, impone modelos políticos, recluta soldados cuando van a la guerra, y en general, ejerce su influencia de forma más o menos estricta. Los estados supeditados consiguen a cambio de sus tributos y sumisión rutas de comercio y la seguridad de que, en caso de ser atacados, el resto de la liga acudirá a socorrerlos. Algunos estados se unen a estas ligas de forma voluntaria, mientras que otros son obligados tras una conquista militar (el acuerdo de tributos suele ser más beneficioso para los primeros que para los segundos). Normalmente solo las grandes polis pueden permitirse tener su propia liga, como es el caso de Atenas (líder de La Liga de Delos) o Esparta (La Liga del Peloponeso).
Aunque un noble fuera de su polis no tiene los mismos derechos civiles (como votar en el ágora), lo normal es que se respete su estatus. Esto se hace, mayormente, para evitar un conflicto internacional. No obstante, el dirigente de un estado puede retirar estos derechos a cualquier noble extranjero a su antojo. También es extremadamente raro que un ciudadano extranjero sea condenado a muerte: la máxima pena que se suele imponer es el destierro, acompañado de algunas sanciones económicas, aunque algunos reyes pueden pensar que castigar a un asesino es más importante que el riesgo de provocar una guerra, sobre todo si el rey es poderoso y el ciudadano es de una familia con poca influencia.
También cabe destacar que es raro que las fronteras de un reino estén cerradas: el paso de productos, información y hombres libres entre los distintos estados es el pan de cada día de la Hélade, y los viajeros cuentan con la protección del dios Hermes por tierra, o con el respaldo del generoso pero cruel dios Poseidón por mar. Las fronteras de la Hélade en los caminos están marcadas por las Hermas: esculturas que representan al dios Olímpico Hermes, y que con su presencia dan a conocer a los viajeros que están abandonando un Estado para introducirse en otro, y que las reglas sociales y leyes pueden cambiar.
Otra cosa muy distinta son los bosques: es difícil saber dónde empieza una provincia y termina otra en una zona boscosa. Algunas polis pelean por ellos, otros comparten la custodia, y otros consideran que pertenecen a la diosa Artemisa. Estos bosques tierra de nadie son propicios para el desarrollo de lo que se conoce como sociedades atípicas: lugares poco civilizados en donde los habitantes, las normas de conducta, etiqueta, y leyes suelen diferir enormemente del resto de la Hélade. Algunas de estas sociedades atípicas son las comunidades de ladrones (en donde no existe la propiedad privada y robar no va contra la ley), los reinos de criaturas medio mortales (centauros, sátiros…) en donde los humanos no suelen ser bien venidos; o los territorios matriarcales de las amazonas, donde las mujeres dirigen la sociedad y los hombres son tratados con desprecio y crueldad.
Ágora y acrópolis: los núcleos de las polis
Los principales centros neurálgicos de la Hélade son los dos lugares que obligatoriamente se encuentran en cualquier polis que se precie: las ágoras y las acrópolis. Las ágoras son los motores de la vida política: allí es donde los ciudadanos ejercen la democracia, intercambian conocimientos, se toman decisiones trascendentales (como ir a la guerra o firmar la paz) se realizan los juicios públicos y se cierran la mayoría de los negocios importantes. En sus inmediaciones suelen encontrarse los mercados, donde los habitantes se abastecen de lo necesario para el día a día y comercian con todo tipo de productos. En contraposición, las acrópolis son el núcleo espiritual de las polis, concentrando en una parte de la ciudad (normalmente sobre una meseta en alto) los templos dedicados a los dioses. Esta zona es considerada una pequeña ciudad anexa a la de los mortales. Aquí es donde todo el que pueda costeárselo rinde culto a las divinidades, para implorar su bendición, sus favores o su perdón.
Los Mares: el territorio del dios Poseidón
Poseidón, el dios del mar, se fusionó con su reino, lo que quiere decir que cada gota de agua salada es considerada parte de la deidad. Por ello, a ningún rey se le ocurriría reclamar para sí un territorio marítimo: los países que tienen acceso al mar acaban en los puertos, playas y acantilados. Muchas personas viven y mueren por los mares: desde los comerciantes a los piratas, pasando por los pescadores, los sacerdotes de Poseidón, y por supuesto, por cualquiera que viva en una isla. La gran mayoría de los que se consideran viajeros han montado en barco más de una vez en su vida, y el tráfico marítimo es fluido y común.
Leyes: normas de conducta de las sociedades helénicas
Las leyes son distintas en cada uno de los estados, pero por lo general, todas se parecen: benefician mucho a unos grupos sociales y supeditan a las otros. La mayoría de los delitos que cometen los nobles, excepto que sean muy graves, como un asesinato o una violación de otro noble, se saldan con multas, aunque algunas de estas pueden arruinar a una familia entera. En caso extremo, se puede llegar al destierro; y es extremadamente raro que un noble sea condenado a muerte. Las leyes son bastante más crueles con los metecos, y los esclavos son castigados con torturas y con la muerte por cualquier delito menor, incluso por ofender a los nobles. Existen distintos sistemas legales en la Hélade, pero una gran mayoría ha copiado el sistema de Atenas, el cual fue enseñado a los mortales por la mismísima diosa de la Justicia Atenea (aunque ella lo diseñó en un principio con penas iguales para todas las grupos sociales, los hombres adaptaron las leyes al sistema de castas para garantizar la hegemonía de los nobles).
Más allá de la Hélade
El mundo no se acaba en la Hélade; las grandes polis y sus ligas (como Atenas y Esparta) tienen colonias de ultramar por el territorio marítimo de todo el mundo conocido. En cuanto al territorio interior, la mayoría están habitados por infieles que no adoran a los dioses Olímpicos. Entre estas otras culturas se pueden encontrar desde vastas extensiones de tierra gobernadas por Imperios de familias reales que afirman ser dioses en la tierra, como los persas; a bárbaros que viven sin civilizar en tierras hostiles pobladas de monstruos, como los Dorios; o pueblos de comerciantes que adoran a dioses proscritos a cambio de fortuna y prosperidad, como los Fenicios. Estos otros pueblos miran con envidia la posición de la Hélade y sus habitantes, y muchos han intentado en algún momento, con mayor o menor éxito, invadirnos. Pero joven amo, no tenemos nada de qué preocuparnos. Mientras sigamos contando con el favor y la protección de los dioses Olímpicos, y sus hijos los héroes, todo estará bien.