El Inframundo: mapa de la otra vida
El Inframundo es uno de los cuatro Grandes Reinos en los que se divide en Universo (junto con el Cielo, el Mar y la Tierra), y es el lugar donde las almas de los muertos viven por toda la eternidad. Gobernado por el dios olímpico Hades, se encuentra ubicado en el interior de la Tierra y más allá del río Océano. Existen diversas puertas por las que las almas pueden llegar a este mundo, normalmente situadas en cuevas, grutas, pozos y hoyos. También se puede llegar a través de los ríos y el mar, ya que todas las corrientes de agua comunican con algunos de los cinco ríos del Inframundo. Este lugar se encuentra dividido a su vez en distintos reinos menores, cada uno de ellos regentado por uno o varios dioses. Estos lugares tienen sus propias reglas que afectan a la propia realidad y a las almas que habitan en ella. Aunque son muchos y variados, estos son los principales reinos menores del Inframundo:
La Laguna Estigia
Es el primer lugar al que acceden las almas de los difuntos cuando abandonan sus cuerpos y emprenden el viaje al más allá. Allí encuentran un embarcadero en un lago que se pierde en el horizonte, con un cielo oscurecido por nubes que dejan pasar algo de luz y una fina niebla que impregna todo el lugar. Los muertos tienen el mismo aspecto que tuvieron en el momento de su muerte (reflejando en sus cuerpos si fue una muerte violenta o pacífica) y llevan los objetos que llevaban en el momento de ser enterrados. En este reino las almas son translúcidas e insustanciales, por lo que no pueden tocarse entre sí. En el embarcadero se encuentra Caronte, el barquero, con ojos hechos de fuego, una larga y descuidada barba y ataviado con una túnica raída. Aquellos difuntos que hayan sido correctamente enterrados podrán pagarle el óvolo (moneda de bronce) que cobra por transportar a sus pasajeros al otro lado de la laguna. Los que no puedan pagar el precio, tendrán que recorrer a pie el camino del río Erebo hasta llegar al siguiente reino. Esta peregrinación, que suele durar 100 años, transcurre parte por el mundo de los muertos y parte por el mundo de los vivos, por lo que las sombras de estos difuntos se convertirán en fantasmas que atormentarán a los vivos hasta que alcancen la paz.
Los Prados Asfódelos
Custodiados por el gran Can Cerbero (criatura mítica con forma de perro de tres cabezas) que se encarga de que los muertos no puedan salir y de que los vivos no puedan entrar, se encuentran los Prados Asfódelos: una infinita llanura plagada de flores bajo un cielo con una eterna luna nueva negra superpuesta sobre un cielo anaranjado tenuemente iluminado. Aquí es donde las almas esperan a ser juzgadas y donde residen de forma permanente la mayoría de las personas que han vivido. Al poco de llegar allí, serán juzgados por los actos realizados en vida: los malvados e impíos serán arrojados al Tártaro, juntos con los monstruos y los dioses que lucharon en las Guerras Titán contra los olímpicos; los benditos y bondadosos serán llevados a los Campos Elíseos, donde de la tierra emana miel, leche y vino; y los neutrales y mediocres pasarán el resto de la eternidad en los mismos Prados Asfódelos, llevando una vida sencilla de tareas rutinarias en donde cada día es igual al anterior. Llegados a este lugar las almas vuelven a ser corpóreas y vuelven a sentir hambre y sed. La única comida disponible es la flor asfódelo, que crece por todas partes, y el agua del río Lete, que produce la pérdida total de la identidad y la memoria. Privados de sus recuerdos, su estatus en vida (ya no se acuerdan de si eran reyes o esclavos) su ingenio y su capacidad de progresar, las personas permanecen allí en una eterna monotonía. La única excepción es cuando un familiar o amigo vierte vino sobre la tumba de estas personas, haciendo las correctas libaciones, que permite durante unos momentos al difunto recordar un momento de su vida en el que fueron felices.
El Tártaro
El Tártaro es un pozo de perpetuo sufrimiento y dolor rodeado por un río de fuego (el Flegetonte) a donde son arrojados los impíos y los malvados. Este lugar está plagado de cacodaemones (espíritus malignos) que se dedican a torturar a sus residentes. En el centro de este lugar al que no llega la luz se encuentra la Isla de Bronce, en donde está encerrado Cronos, el padre de Zeus y del resto de la primera generación de dioses olímpicos. Aunque este reino se encuentra gobernado por el dios Primordial Tártaro, algunos aseguran que Cronos ha conseguido escapar de su jaula y está reorganizando a su ejército de Titanes para intentar recuperar el Trono de los 4 Grandes Reinos… pero nadie puede saberlo con seguridad, ya que nadie puede salir de este lugar para decir qué es lo que está pasando dentro.
Los Campos Elíseos
Considerado el lugar más bello de todo el universo, sumidos en un eterno atardecer de primavera, los Campos Elíseos son unas llanuras repletas de árboles frutales en dónde de las fuentes brota leche, vino y miel. Allí, los que han sido juzgados dignos por los dioses comienzan su nueva vida eterna tras despojarse de todos sus recuerdos de su vida mortal (debido al efecto de las aguas del río Lete) en un estado de paz y felicidad, donde pasarán el día festejando, bailando, jugando, y en general, siendo la mejor versión de ellos mismos, alejados del dolor y del sufrimiento del mundo. Los habitantes de los Campos Elíseos pueden casarse y tener relaciones sexuales, si bien no pueden tener hijos. En este lugar existe una isla llamada Bienaventurada en donde van los héroes que han servido a los dioses con honor y alcanzaron la gloria en vida después de ascender a un nuevo estado de existencia de Daimon. Desde allí, si sus tumbas son honradas correctamente, podrán ser invocados como divinidades menores para que protejan a sus descendientes, sus tribus o sus polis.
Las Exequias: rituales funerarios
Las Exequias son un conjunto de rituales que tienen como objetivo ayudar al alma del difunto a llegar al otro mundo, y una vez allí, que pueda llegar al lugar que le corresponde y no acabe convirtiéndose en un fantasma condenado a vagar por la tierra. El ritual principal es el entierro, pero no es el único, y suelen realizarse a lo largo de los primeros días desde la muerte del homenajeado. Aunque con muchas variantes regionales (que oscilan desde las plañideras profesionales de la zona del Ática, a la costumbre de ridiculizar al muerto y reírse de él de los tracios), los rituales funerarios de la religión olímpica tienen estos elementos en común:
Primero el cuerpo del difunto es lavado y perfumado por las mujeres de la familia; se le visten con ropajes blancos y se le cierran los ojos y la boca. Después es depositado en una habitación de la casa durante tres días, permitiendo que todo el que quiera pueda honrar el cadáver y despedirse de él. En segundo lugar, viene el cortejo fúnebre, realizado durante la noche, en donde los amigos y familiares llevan el cuerpo del difunto a la necrópolis (o ciudad de los muertos, situadas extramuros de las polis a un estadio de distancia) acompañados con música. El cuerpo es transportado sobre los hombros o en un carruaje. Los hombres van delante del cuerpo, y las mujeres, detrás. Una vez llegado al lugar, el cuerpo o la urna con las cenizas era enterrada junto con algunos de sus objetos de valor (como joyas, juguetes, armas…), y un óvolo para pagar a Caronte, situado bajo la lengua o sobre los ojos. Después, se dicen las últimas despedidas y se hacen libaciones sobre la tumba de agua, leche, miel y vino. Por último, se realiza un banquete para los asistentes al funeral, como homenaje al muerto, en el que el tema principal de conversación es aquello que honró su vida y sus virtudes. Durante todos estos rituales, el espíritu del difunto está presente, contemplando los homenajes de los seres queridos. Si los rituales han sido realizados correctamente, podrá marchar en paz a la otra vida.
La necromancia
Este conocimiento ocultista se encuentra a medio camino entre la religión, la superstición, la ciencia y la magia negra, y reúnen una serie de creencias, rituales, y sustancias químicas que se utilizan para entrar en contacto con los espíritus de los muertos. Prohibidos por algunas leyes, y considerados como actos impíos por muchos, la necromancia es un arte extremadamente difícil de realizar, solo aptos para expertos en tanatología y teología, y para aquellos que han nacido con el don de ser clarividentes. Su peligrosidad se debe a que los únicos espíritus que pueden contactarse en el mundo de los vivos son aquellos que, al no haber sido enterrados correctamente, se han convertido en sombras y fantasmas. Estas criaturas, despojadas de gran parte de su humanidad, pueden resultar peligrosas si no son apaciguadas correctamente; quizás no puedan herirte físicamente, pero pueden producirte enfermedades de la mente y el alma de todo tipo. Además, cuando uno invoca a los espíritus que se encuentran a medio camino entre el mundo de los vivos y de los muertos, uno nunca sabe si atraerá la atención no deseada de un espíritu maligno como un cacodaemon o si molestará a Melíone, hija de Hades y diosa de los fantasmas.
Debido a que el trauma de la muerte les hace bloquear recuerdos, la mayoría de los fantasmas no saben cómo murieron, por lo que preguntarles por ello resulta bastante inútil; algunos de ellos ni siquiera son conscientes de que están muertos o de quienes fueron. Entonces, ¿para qué sirve la necromancia? Este arte oscuro tiene múltiples usos, entre los que se encuentran principalmente maldecir a personas a través de los katares (maldiciones que se enterraban en tumbas junto con ofrendas a los muertos, especialmente, de niños), obtener profecías del futuro (muchas personas desarrollan poderes adivinatorios al convertirse en espíritus) o ayudar a las almas errantes a alcanzar la paz. Por último, hay que señalar que no hay que confundir la necromancia con la nigromancia, basada en resucitar muertos, reanimar cadáveres y encontrar formas impías de burlar a la muerte: la nigromancia es una disciplina prohibida tanto por Hades como por el mismísimo Zeus, y aquellos que la practican, aunque intenten retrasar lo inevitable, acabarán pasando toda la eternidad en el Tártaro.