En el principio... las Edades del Universo

Existen muchas versiones sobre cuántos años tiene el universo, cuántas Edades ha vivido la creación, cuáles son los distintos tipos de hombres que han habitado la tierra o qué hitos han propiciado cada cambio: Hesiodo, Herodoto, Platón, y otros grandes sabios se han aproximado mucho, pero ninguno ha sido capaz de acertar todos los aspectos importantes. Si te acercas y compartes tu ánfora de vino conmigo, te contaré con todo lujo de detalles cuál fue el origen del universo y todos los acontecimientos importantes dignos de mención que nos han llevado a dónde estamos ahora. ¿Qué cómo sé todo esto? Pues porque estuve allí. He vivido una docena de vidas, y tengo recuerdos de todas ellas. Vi a los primeros dioses crear todo lo que hay sobre el cielo y la tierra, y luego destruirlo todo; estuve cuando el primer barco zarpó de Creta para descubrir y colonizar el mundo entero. Participé personalmente en la invención del alfabeto y presencié cuando se acuñó la primera moneda de plata. He visto el mundo ser engullido por el agua y sumergirse en la completa oscuridad por mil años. Estuve en la fundación de la primera Atenas. Peleé codo con codo con Heracles en las Guerras Gigantes, y hoy estoy en esta taberna para deleite de todos los que quieran escucharme. Por si os lo estáis preguntando no, no soy un dios. Simplemente, un hombre. Eso sí: soy el primer hombre de la creación, lo que se conoce como un Hombre de Oro. Gracias a los misterios órficos conozco el secreto para reencarnarme y conservar los recuerdos de todas mis vidas pasadas.

La creación del Universo

De lo que os voy a contar, lo único que no viví personalmente fue el principio del universo, pero os lo transmitiré tal y como nos lo contaron a mí y a mis hermanos y hermanas los dioses Primordiales. Al principio no había nada, pero entonces llegó el dios Kaos y creó el Universo. Creó a sus hijos Urano (el Cielo) y Gea (la Tierra), así como al resto de los Primordiales. Nada más sabemos de Kaos: si se fue a otro lugar, murió por el esfuerzo de la creación o si fragmentó su conciencia en cada cosa que existe y está en todas partes… Urano y Gea se enamoraron, y de su unión nacieron las primeras generaciones de dioses: los Titanes, Los Cíclopes y los Hecatónquiros. Los Titanes resultaron ser criaturas inteligentes, capaces e ingeniosas, cuya voluntad podía crear cosas de la nada y moldear la realidad. Así empezaron a crear todas las primeras cosas que existieron en el mundo, como los océanos, las montañas, los ríos, el sol, la luna y las estrellas… los Cíclopes eran seres habilidosos, pero muy irascibles, y casi todo lo que inventaban servía más para destruir que para construir. Por último, los Hecatónquiros eran criaturas amorfas de 50 cabezas y 100 brazos que se pasaban el día llorando, gritando, chillando y peleándose, tanto entre ellos como con los Cíclopes.

Urano se sentía orgulloso de los Titanes, pero consideraba a los Cíclopes y a los hecatónquiros como errores que debían ser enmendados, así que contempló a los otros dioses Primordiales buscando una respuesta. Entonces descubrió que uno de ellos, llamado Tártaro, había fabricado un inmenso agujero negro en el que vivía, donde todo aquello que era arrojado quedaba dentro atrapado para siempre. Así, Urano cogió a sus hijos y los arrojó a este lugar con la intención de deshacerse de ellos para siempre. Gea, que amaba a todos sus hijos por igual, no pudo soportar el dolor de la pérdida y tramó una venganza contra su esposo: si tanto amaba a los Titanes, debía perecer a sus manos. Así, inspirándose en las creaciones de los Cíclopes, Gea construyó un arma hecha de piedra y fuego, una hoz, y engañando a su esposo para que tomara forma de hombre para que yacieran en el lecho, Cronos, el más joven de los Titanes, atacó por sorpresa a su padre castrándolo. Urano quedó muy malherido, tanto que cayó en un letargo infinito del que no se ha despertado hasta el día de hoy. Antes de desvanecerse, lanzó una terrible maldición a su hijo Cronos, o tal vez, realizó la primera profecía oracular de la historia, avisándole de que, algún día, uno de sus hijos le haría lo mismo que él le había hecho a su padre.

La Edad de Oro

Con excepción de su madre Gea, Cronos desterró al resto de los Primordiales, enviándolos a los confines de la realidad. Desposó a su hermana Rea, también conocida por el nombre de Cibeles, y juntos, se dispusieron a gobernar el universo. Acompañados por sus 10 hermanos Titanes completaron su gran proyecto he hicieron una creación perfecta e inmutable, como un cuadro. Pero este universo estaba vacío, así que Cronos decidió poblarlo con unas criaturas realizadas a su imagen y semejanza, solo que desprovisto de todo poder, y mucho más pequeñitos. Así fue como nacimos los Hombres y las Mujeres de Oro. Por aquél entonces no nacíamos de nuestras madres, como ahora, sino que brotábamos de la tierra, como los árboles, siendo ya adultos y con entendimiento. Pasábamos el día jugando, bailando, practicando sexo (aunque no tuviésemos la capacidad de procrear, nos gustaba mucho), bebiendo, comiendo, y sirviendo a nuestros dioses, que vivían entre nosotros, solo que eran grandes como montañas. Junto con mis hermanos y hermanas les hacíamos la comida, servíamos sus bebidas en enormes cráteras, realizábamos sus vestidos y trenzábamos sus cabellos. Para nosotros, al principio, estar en presencia de los dioses en esa eterna puesta de sol primaveral, sin envejecer y sin preocupaciones, era fantástico, pero pronto esa rutina se convirtió en hastío, y luego, en sufrimiento; la vida transcurría igual, día tras día, y nosotros seguíamos igual, sin tener nombres pues nada podíamos hacer para ser distintos los unos de los otros, sin libertad, sin libre albedrío, sin poder morir, y sin llegar a vivir realmente.

Los Cronidas

Y de repente una noticia alteró esta realidad inmutable y perfecta que Cronos había construido para su perpetuo deleite. Su hermana Rea le dijo dos palabras que harían tambalearse todo el universo: “Estoy embarazada”: Lo recuerdo como si fuera ayer… Cronos calló ante la noticia que, inocente, Rea le dio con los ojos llenos de alegría. Su mirada, hasta el momento siempre benévola, se volvió vacía, llena de odio, ira, crueldad, y otros sentimientos que no existían hasta ese momento, y cuya mera invención hicieron enloquecer a muchos de mis hermanos. Cuando nació el bebé, muchos esperaban encontrar un monstruo, pero sin embargo era una cosa adorable y tierna, pequeña indefensa y sonrosada; era tan pequeño que casi parecía uno de los nuestros. Sin duda no era un Titán, pero se parecía a ellos, y a nosotros. La aparición en el mundo del primer bebé fue algo mágico, un presagio de cambio y de esperanza. Su madre lo llamo Hades, que en el primer lenguaje significa El Invisible (supongo que porque era tan pequeño que era fácil perderlo de vista). El primero de los Cronidas. Nosotros estábamos dispuestos a criarlo como el milagro que era, pero en este momento de felicidad compartida, y con la madre todavía convaleciente, Cronos engulló a la criatura, y habló así ante sus hermanos y hermanas: “Titanes. La profecía de Urano dijo que uno de mis hijos me derrotaría. Si eso sucede, nuestro paraíso perfecto desaparecerá. Así que es mi obligación comerme a todos los hijos que engendre”. El resto de los Titanes parecieron estar, no solo de acuerdo, sino contentos con la decisión de su líder. ¿Qué clase de monstruos eran nuestros dioses? ¿Y quién era yo para juzgarlos? Si, señoras y señores: me convertí en el primer blasfemo, o puede que, en el primer verdadero creyente de los Olímpicos, según se mire. Embarazo tras embarazo, se fue repitiendo la misma Escena, hasta que llegó un momento en que Rea decidió que ya estaba bien, que no podía seguir viendo como sus hijos eran engullidos, y tramó una plan digno de su madre. Cuando uno de sus embarazos estaba a punto de culminar, Rea se escapó y fue a una isla llamada Creta. Allí dio a luz a su último hijo, al que llamó Zeus, y se lo entregó a unas ninfas para que lo cuidaran y alimentaran, y a los dioses Curetes para que lo protegieran y ocultaran. Cuando Cronos llegó, en la oscuridad de la gruta, Rea le entregó a su esposo a una roca haciéndolo pasar por su último hijo, y Cronos lo engulló sin prestarle mucha atención. Así el joven Zeus pudo crecer, sano y fuerte, gracias a los cuidados de las diosas de la naturaleza, y se convirtió en un joven valiente y atlético, gracias al entrenamiento militar de los Curetes.

Las Guerras Titán

Llegó el día en que Zeus alcanzó la madurez e inició su plan de venganza contra su padre. La primera parte pasaba por recuperar a sus hermanos. Así que se vistió como uno de nosotros, como un Hombre de Oro cualquiera, y se dispuso a servir a los Titanes en un banquete, tal y como hacíamos. Se que no os vais a creer lo que os voy a contar, pero Zeus habló conmigo ese día. A mí me pareció raro, porque no lo había visto antes, y claro, en un mundo inmutable nunca conoces a nadie nuevo, pero como el mundo era todavía muy joven, nosotros éramos muy ingenuos. A decir verdad, debía haber sospechado algo porque, aunque era más o menos de nuestra estatura, era algo más alto y fornido que nosotros. Y que fuerza tenía: cuando lo vi llevaba una jarra de bebida con una sola mano. Entonces me pidió si podía ocupar mi lugar como copero de Cronos, y ser él quien le sirviera la bebida, a lo que no vi ningún problema. De verdad que me gustaría contaros que fui un gran héroe y que participé de forma activa o consciente en la liberación de los Olímpicos, pero no; lo hice por pura ingenuidad. Al poco tiempo de que Cronos ingiriera el brebaje, empezó a vomitar. Primero salió de su boca una piedra, y posteriormente, fueron saliendo sus hijos: Hestia, Deméter, Poseidón, Hades, y Hera.

Zeus los reunió rápidamente y huyó a toda velocidad montado en un Águila tan grande que pudo transportarlos a todos. Sin duda eso era algo que no se veía todos los días… Después de aquello, Zeus realizó una proeza que todavía nadie ha conseguido imitar: viajó al interior del Tártaro, ese agujero negro del que nada regresa nunca, rescato a los Cíclopes y a los Hecatónquiros, y los trajo de vuelta (no me preguntéis cómo; no lo sé. Nadie lo sabe. Dudo que el propio Zeus sepa como lo hizo. Una vez le pregunté a un Cíclope y me juró por Estigia que no tenía ni idea de cómo lo había hecho). Entonces los Cíclopes realizaron increíbles armas para los guerreros: para Poseidón, un tridente que era capaz de sacudir la tierra y el mar; para Hades, un yelmo que lo hacía invisible; y para Zeus, el rayo destructor. Así comenzaron las Guerras Titán. No voy a volver a contaros las historias que todos conocéis, de cómo Hades aprovechó su invisibilidad para destruir las armas de los Titanes, negándoles cualquier posibilidad de victoria. O de cómo Zeus comando a la legión de dioses que acabaría formando un nuevo orden en el universo. Sí os contaré algo que quizás no habíais oído nunca: la última gran jugada de Zeus con la que consiguió derrotar a los Titanes fue estrellar el Sol contra la tierra, matando a todas las criaturas vivas que allí habitaban. Sí, incluidos nosotros. Pero tranquilo que no le guardo rencor: esa fue solo la primera de mis muchas vidas llegando a su fin.

La Edad de Plata

Lo siguiente que recuerdo fue al dios Hades explicándonos que habían ganado la guerra, estaban reconstruyendo el universo y, a partir de ese momento, las cosas serían muy distintas. Zeus había expulsado a los Titanes al Tártaro, perdonando a algunos, como a su madre Rea o a Prometeo. También convocó a los Primordiales y les permitió hacer a cada uno el trabajo para el que Kaos los había creado: Crono, dios del tiempo (no confundir con Cronos el Titan), podría afectar a toda la creación haciendo que todo cambiase continuamente. Nix, diosa de la oscuridad, tendría la posibilidad de ocultar todo aquellos que no quisiera ser conocido, y su consorte, Erebo, dios de la niebla, delimitaría la creación y la contendría, para evitar que nada pudiera escapar de las leyes del cosmos, y que nada de fuera pudiera entrar. Gea seguiría albergando la vida, y Urano, aunque sumido en un perpetuo sueño, albergaría la bóveda celeste, los astros, y los cuerpos celestiales. Hades también nos contó que él y sus hermanos varones se habían sorteado 3 de los 4 Reinos en los que habían dividido el universo, dejando el cuarto, la tierra, para disfrute de todos los dioses. Poseidón ganó el Mar; Zeus el Cielo. Y él, Hades, el Inframundo, a donde irían a parar los seres que murieran. También nos contó como Zeus, apoyado por su hermana Hera, con la que se había casado, había reclamado para sí el Trono del Universo. Después de ponernos al día, Hades, entendiendo que éramos víctimas inocentes en las Guerras Titán, nos invitó a ocupar un lugar de honor dentro de su Reino para que pasásemos allí la eternidad. Posteriormente ese lugar fue conocido como la Isla de los Bienaventurados, en los Campos Elíseos, y está considerado el mejor lugar del universo.

Un día Hades vino a visitarnos y nos hizo una oferta interesante a mis hermanos y hermanas: la posibilidad de volver a la vida. Nos dijo que Zeus y otros dioses estaban pensando en volver a crear hombres, aunque serían muy distintos: tendrían un tiempo limitado, pero sus proezas podrían llevarlos a ser inmortales; sufrirían, pero también podrían conocer la verdadera felicidad, y tendrían que aprender a cazar, cocinar, navegar, comerciar y a servir a los dioses si querían sobrevivir. Dijo que necesitarían ayuda, y que, si queríamos, podríamos ir con ellos a descubrir el mundo que los nuevos dioses estaban creando. Aunque sonaba tentador, la inmensa mayoría de mis hermanos y yo declinamos la invitación. Al fin de al cabo, ¿Qué podría haber mejor que aquel paraíso? Nuestra raza prosperó en aquella isla y fue aprendiendo poco a poco, como por ciencia infusa, todo aquello que aprendían los nuevos humanos, que para distinguirse de nosotros fueron llamados ‘Los Hombres de Plata’. Así, poco a poco, conocimos los nombres, el fuego, el alfabeto, los dados, la poesía, el teatro, la navegación, las matemáticas, la música… y empezamos a hacernos las grandes preguntas sobre el Universo y la naturaleza de la vida. Nos convertimos en un pueblo sabio y pacifista poblado por artistas y filósofos.

Un día, apareció por allí una muchacha alta y guapa con unos vestidos metálicos que jamás habíamos visto en nuestra vida. Era una chica curiosa, extremadamente inteligente, que en poco tiempo aprendió de nosotros todo lo que nuestro pueblo había aprendido desde el principio de los tiempos, y en cuestión de días, acabó creando postulados nuevos y enseñándonos a nosotros. Aquella muchacha de ojos grandes como los de una lechuza no era otra que la diosa Atenea, hija de Zeus. Al igual que muchos de mis hermanos y hermanas, por ella decidí abandonar aquel paraíso para aventurarme en el nuevo mundo que se estaba formando, con la intención de fundar una ciudad de sabios que iluminara a la raza humana. Nada más y nada menos. Pronto mi alma fue a parar a un bebé. Era curioso, porque, a pesar de haber vivido miles de años y varias vidas, hasta ese momento nunca había sido un bebé. Tuve que desaprender todo lo que creía saber y empezar desde cero, pero para cuando cumplí los 16 años, había aprendido todo lo que sabía un hombre de plata y recordaba todo lo que había vivido como hombre de oro, lo que me convirtió en uno de los líderes de aquella ciudad, conocida ya desde entonces como Cnosos. Aunque no os lo creáis, la Cnosos de la Edad de Plata era muy parecida a la actual: ¡si hasta estaba el Palacio! Cuando la Isla de Creta se nos quedó pequeña, decidimos ir a descubrir el resto del mundo que nos rodeaba. En aquél entonces, el mundo no era ni una décima parte de grande de lo que lo es ahora y, aun así: ¿cómo íbamos a imaginar que el mundo era tan grande? Construimos 3 barcos y los mandamos en 3 direcciones. A uno lo llamamos Asia, al otro África. El tercero, en honor a nuestra reina, fue llamado Europa. El resto, como se suele decir, es historia.

Durante esa Edad del mundo me reencarné 3 veces más. Cada vez que volvía, nuevos dioses habían ocupado un puesto en el Olimpo: Artemisa, Ares, Apolo, Dioniso, Hermes, Hefesto… todos ellos descendientes de Zeus. También se les unió Afrodita, que, al parecer, había nacido como resultado de la castración de Urano, cuando su pene entró en contacto con el mar de Gea, y desde aquellos lejanos tiempos, había permanecido dormida en el interior de una concha, esperando el momento propicio para emerger. La humanidad seguía extendiéndose por el mundo, pero poco a poco, conforme más dioses había, menos tiempo pasaban entre los humanos. Los Hombres de Plata pasaron de suplicar a los dioses a exigirles cosas, y de adorarlos a maldecirlos por hacerlos trabajar, y esto enfureció mucho a los Olímpicos. 

La Edad Oscura

Zeus llegó a pensar que la humanidad había sido un error, y se planteó muy seriamente exterminarlos a todos, y creó para ello un ejército de monstruos. Dubitativo, sobre si debía lanzarlos contra los humanos o no, decidió encerrarlos en una caja y dejar que la humanidad decidiera por sí misma su destino. Entregó esta caja al rey más poderoso de aquellos tiempos, Epimeteo, y le dijo: “dentro hay un gran poder semejante al de los dioses, pero ni tú ni nadie debe abrir nunca esta caja”. El Rey se tomó muy enserio las indicaciones de Zeus, quizás intuyendo que se trataba de una trampa. Pero su mujer, llamada Pandora, deseosa del poder que tenían los dioses, decidió abrir el recipiente. De su interior brotaron un sinfín de cacodaemon, pesadillas, perdiciones, fantasmas, y espíritus malignos que parecían haber salido del mismísimo Tártaro. Finalmente, un grupo de héroes consiguieron cerrar la caja antes de que la Esperanza pudiera escapar de ella, y desde entonces me pregunto si la Esperanza es algo bueno, que al quedar atrapada en la Caja permitió a la humanidad continuar hacia adelante, o es algo terrible, ya que su mera existencia nos colma de falsas ilusiones… ¿Qué ocurrirá si la Esperanza escapa de la caja algún día?

El mundo quedó plagado de horrendas criaturas, y los humanos no acudieron en masa a los templos a suplicar ayuda a los dioses, sino que descargaron su furia contra ellos, incendiándolos y destruyendo todas las grandes estatuas erigidas para honrar a los dioses. Zeus, más enojado que nunca, con la ayuda de su hermano Poseidón, decidió lanzar un diluvio que matase a la mayoría de los Hombres de Plata, dejando en pie solo a aquellos que demostraran ser temerosos de los dioses. Cuando el agua llevaba cayendo varios días del cielo, los humanos empezaron a rezar a los dioses, pero en contra de lo que se pudiera imaginar, no dirigieron sus oraciones hacia los Olímpicos, sino hacia los Primordiales: aquellos que habían construido el universo, y permanecían en los confines de la creación. Entonces, la tierra se estremeció y una criatura terrible emergió de ella. Lo hizo en el mismo lugar donde había nacido Zeus, donde la humanidad había resurgido, y haciendo explotar la montaña más grande de la isla, apareció un ser colosal, con cuerpo de dragón y serpientes por extremidades, capaz de escupir lava fundida por su boca. Nadie sabía de donde había venido, pero su único propósito para existir parecía ver el mundo arder. Su liberación provocó tal explosión que destruyó las 100 ciudades de Creta (solo se salvó, misteriosamente, gran parte del Palacio de Cnosos), y cubrió todo el cielo de un manto de ceniza que sumió al mundo en una noche que duró más de mil años. Esos tiempos son conocidos hoy en día como la Edad Oscura, y ojalá pudiera contestaros a todas las grandes preguntas que la gente se hace sobre esa época, como dónde fueron a parar los dioses Olímpicos, que dioses reinaron en el mundo, cómo derrotaron a Tifón y cómo consiguieron regresar. No se las respuestas ya que yo morí durante la gran explosión del Monte Etna, y las puertas del Inframundo se cerraron, por lo que no recibimos noticias del mundo exterior durante aquellos mil años. Por lo que encontramos a la vuelta, podemos deducir que la cultura y el Culto a los Olímpicos fueron prohibidos, las ciudades desmanteladas piedra a piedra, la raza humana reducida a pequeñas poblaciones que vivían casi como animales, y que los dioses Oscuros tomaron el control apoyados por Gea.

La Edad de Bronce

1.000 años después, y sin que todavía sepa muy bien cómo (creedme, le he preguntado a media docena de dioses y nadie parece tener una respuesta clara), la oscuridad desapareció, las puertas del Inframundo volvieron a abrirse y los Olímpicos regresaron a su montaña. Pero la humanidad había sido prácticamente erradicada, la orografía del mundo había cambiado por culpa del diluvio, y la tierra estaba plagada de monstruos. Entonces Zeus seleccionó a algunos de los hombres de Plata que habían sobrevivido que todavía adoraban a los dioses Olímpicos y les encomendó distintas misiones plagadas de acertijos. Aquellos que consiguieron descifrarlos acabaron tirando piedras por detrás de sus hombros a un profundo lago mágico, plantando los dientes de un dragón en un campo de esparto, o realizando un extraño ritual sobre un grupo de hormigas. El resultado de todos fue el mismo: esos objetos o animales se convirtieron en hombres y mujeres, siendo los primeros de una nueva raza: los Hombres de Bronce.

Estos seres, gracias a los dones que les entregaron los Olímpicos, fueron capaces de crear una civilización, sobre cuyos cimientos vivimos nosotros ahora. De entre todos los Hombres de Bronce uno de ellos destacó por encima de los demás, aquél que fuera conocido como Heleno. Él y sus hijos, ayudados por los dioses, mataron a muchos de los monstruos que poblaban la tierra, conquistaron terrenos a bárbaros que todavía adoraban a los dioses Oscuros e impusieron el culto a Zeus y a los suyos, reinventaron las leyes, la justicia, las ciudades, la cultura, el comercio y la navegación, y crearon una unión de territorios bajo los designios de los Olímpicos, conocida como la Hélade.

La Edad del Hierro

Los Hombres de Bronce estuvieron a punto de tener un abrupto final, como sus predecesores, cuando todas las criaturas nacidas de la oscuridad que quedaban en el mundo, movidas por una mano invisible, intentaron exterminar a la humanidad y a los Dioses Olímpicos en lo que se conoció como las Guerras Gigantes. Mientras un ejército de Gigantes de entre 5 y 10 codos de alto marchaban hacia el Olimpo, algunos sátiros y centauros comandaron ejércitos de monstruos que atacaron coordinadamente cada polis, aldea y poblado en toda la Hélade, con el único objetivo de extinguir a la humanidad y desterrar a los Olímpicos de su montaña sagrada, quizás otros mil años, quizás esta vez para siempre. Las Guerras Gigante fueron la cosa más impresionante que he visto en todas mis vidas: un ejército jamás visto, formado por los guerreros sagrados de Rea conocidos como los Curetes, junto con los héroes más famosos sobre la faz de la tierra, comandados por el mismísimo Heracles, y los dioses Olímpicos, que pelearon codo con codo con los humanos, derrocaron al ejército de gigantes ante las faldas del mismo Olimpo, poniendo en retirada a los pocos supervivientes, los más pequeños y estúpidos de su raza, que fueron a refugiarse a Tracia. Aunque el bando de los humanos había ganado una batalla importante, la guerra se reproducía en cada rincón de la Hélade, y los resultados no eran especialmente esperanzadores. Pero un día, sin duda por la intercesión de los Olímpicos y como agradecimiento a haberles salvado, aparecieron unos barcos en el horizonte. Al principio eran unas pocas docenas, pero con el paso de las semanas, se convirtieron en cientos, y antes de que llegara el invierno, se contaban por miles. Esos barcos iban ocupados por un pueblo extraño al que no conocíamos, que afirmaban venir del fin del mundo, conocer la legendaria ciudad de hielo de Hiperbórea, haber peleado y derrotado a gigantes, y adorar a los verdaderos dioses (lo que parecía cierto, si bien a algunos de ellos les llamaban por otros nombres).

Estas personas, de modales toscos y extrañas costumbres, que se hacía llamar Los Pueblos del Mar, portaban extrañas armas, con extraños símbolos, realizados de un aún más extraño material: el hierro. No solo resultaron ser grandes guerreros, sino que aquel metal producía heridas especialmente graves a las criaturas que se rebelaron contra los humanos, lo que hizo que, gracias a su ayuda, resultara bastante fácil poner  a sus ejércitos en fuga y hacer que volvieran a refugiarse en las ciénagas, pantanos y bosques apocados de los que habían salido. Aunque algunos volvieron a sus extraños barcos y desaparecieron por donde habían venido, muchos de las gentes de Los Pueblos del Mar consideraron la Hélade como la tierra prometida que llevaban buscando errantes desde generaciones y se establecieron en distintos lugares. En algunos se integraron gracias al comercio; en otros lucharon y conquistaron territorios por la fuerza, y en otros casos más extraños, se unieron a los helenos para formar una nueva sociedad. ¿Por qué creéis que Esparta tiene dos reyes? No diré que familia real desciende de los Pueblos del Mar y cuál de los helenos por no provocar más problemas esta noche… todavía puedo sentir la mirada penetrante de los mercenarios tracios del fondo de la sala.   

La Edad de los Héroes

Y eso nos lleva hasta nuestros días. Han pasado alrededor de 500 años desde el fin de las Guerras Gigantes. Nuestra civilización ha alcanzado su máximo esplendor, creando ciudades tan grandes que no pueden recorrerse en un día, murallas tan altas que llegan al cielo, e inventos que asombran a los mismísimos dioses. La cultura helénica se ha extendido por todo el mundo conocido, y aunque tengamos poderosos enemigos que quieran destruirnos, resistimos hoy y siempre gracias a los Olímpicos. Y creedme si os digo, porque ya lo he visto antes, que cuando estamos en lo más alto, es cuando esas fuerzas ocultas tratan de arrastrarnos a la oscuridad eterna. Pero no estoy preocupado, porque tenemos a los héroes para protegernos de todos los males contra los que podamos enfrentarnos. Estoy plenamente convencido de que, dentro de algunos cientos de años, estaré aquí, o el cualquier otra taberna, explicándoles a los hijos de los hijos de vuestros nietos como fue La Edad de los Héroes, y de cómo los elegidos de los dioses volvieron a evitar, una vez más, que el Universo se sumiera en la oscuridad más absoluta.